
En tiempos del coronavirus
Cuando la sombra invisible
extendió sus alas y cubrió el cielo,
corrí a guarecerme en la penumbra.

El miedo se adueñó de las casas,
de los hospitales, de las residencias…
y me quedé quieto en mi rincón
con el duelo confinado en mi cabeza.
Y cuando pude salir. ¡Qué horror!
Me vi de pronto entre seres extraños,
recelosos, evasivos, pero iguales,
con un apéndice en la boca
y el miedo entre las cejas;
nos habían robado la identidad.

No temía a la muerte,
ni temía mirarle a la cara, frente a frente
Temía perder el calor de los abrazos,

temía perder el sabor de los besos,
temía perder a los que me cuidan
a costa de su propia vida
temía perder la sonrisa de la gente,
esa sonrisa que no pide nada a cambio
y le da sentido a la existencia.
Mis ojos son lo único que me queda para compartir
cuando nos cruzamos por la calle,
pero les falta la sonrisa que les acompaña.
Quizá la sombra no tuvo en cuenta
que somos capaces de resistir

que hemos aprendido a comunicarnos de mil maneras
que aún nos queda la imaginación para soñar

y seguiremos imaginando los abrazos
hasta que nos podamos abrazar.
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