
¡Qué vergüenza de civilización!
El Mediterráneo convertido en cementerio
de las personas que huyen de la miseria
navegando en pateras a la deriva de un sueño,
de las que huyen del infierno de las guerras
prefabricadas desde fuera.
Dispuestas a realizar cualquier trabajo,
solo piden a cambio desplazarse con libertad.
A mis oídos llega un grito desesperado
y su eco insulta mi ego de civilización.
Hay tanto ruido mediático en los aledaños
del oportunismo, que las voces de las víctimas
se pierden en el rumor de las olas
y sus lágrimas se mezclan con el salobre
en el último adiós,
sin que ni tú ni yo nos estremezcamos.
El Open Arms nos ha puesto frente al espejo
de nuestras miserias.
Que se los lleven a otro puerto,
vociferan algunos desde sus poltronas.
No les queremos aquí porque son una carga
para el sistema.
Y el resto de los presentes, en esta hora de la verdad,
miramos para otra parte, como si nada.
El futuro maldecirá tanta cobardía.
Víctimas condenadas por ser pobres.
Alguien dictó sentencia desde su egoísmo patrio.
¡Que vergüenza de humanidad!
Alguna gente piensa con sus tripas
llenas de indiferencia,
arrastrando los harapos de sus miedos.
Solo en la estupidez y en la simpleza
es donde la bestia se mueve con soltura.
Entre las brumas del Estigia, el río del odio
que recreó Dante, algo se mueve.
Octavio Cacho
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